Englishman in Barcelona - El británico ha iniciado en el Sant Jordi Club el tramo europeo del ‘57th 9th Tour...
Sting retomó anoche su idilio con Barcelona, estrenando la gira europea de su reciente álbum 57th 9th con una velada intensa, emotiva y en perfecta conexión con su incondicional afición. Apareció a las ocho de la tarde armado con guitarra acústica, juvenil, sin barba, y cantó con su inconfundible voz Heading south on the Great North Road, perteneciente a su citado último disco. Al final del tema apareció su hijo Joe Sumner, que le hizo alguna voz, y allí se quedó como primer telonero. El padre se retiró para no reaparecer hasta una hora después.
Más de 36 años después de su primera actuación en Barcelona como miembro de Police (en la Monumental, unos meses más tarde de su estreno absoluto en el pabellón del Joventut de Badalona), Sting regresaba a la capital catalana con un traje que recordaba al de sus inicios, en solitario pero en formato de grupo rockero y con una actitud de conexión directa, eléctrica y guitarrera con su público. Lo hizo en un Sant Jordi Club que estaba atestado (4.620 feligreses según la organización)de una afición expectante y feliz, mayoritariamente integrada por cuarentañeros en adelante.
La predisposición escénica y sonora de este proyecto de Sting es muy encomiable. Después de sus pasados ejercicios estéticos de variado tipo y más bien discreta acogida, parece que desde hace un par de temporadas vuelve a un código más cercano a sus orígenes musicales, en donde las prioridades son la música y la eficacia.
A partir de estas premisas, y arropado por una pareja de virtuosos y fundamentales guitarras (Dominic Miller y su hijo Rufus) como mascarón de proa, Sting repasó con ganas un amplio cancionero repartido en dos bloques principales, es decir, los grandes hits de Police y lo más granado de su disco de motivación de gira, y uno más reducido conteniendo algunas pequeñas gemas de su producción en solitario.
La presencia de los dos teloneros, pese a que tuvo lugar cuando el público aún estaba llegando al Sant Jordi pequeño fueron interesantes pero breves, comenzando por Joe Sumner, hijo de Sting y el proteínico grupo Last Bandoleros. Luego se sumaron –eficaz acordeón incluido– como apoyo el resto de la velada. La magia se instaló, como ocurre cuando Sting se encuentra en sintonía, cuando arrancó la noche propiamente dicha con la vibrante interpretación de la muy afilada Synchronicity II, una pieza de contornos sombríos y que empalmó con Spirits in the material world, también de la cosecha policial, y Englishman in New York, incluido en su glorioso álbum Nothing like the sun.
Al acabar I can’t stop thinking about you presentó a su banda y a partir de allí se zambulló en material propio de antes y de ahora con las guitarras, espléndida iluminación y una entrega somera y contundente como armas de convicción masiva. La parte final de la velada regresó a repertorio brillante de Police, aunque uno de los momentos más intensos fue cuando padre e hijo se juntaron para unir voces y espíritus en su particular versión de homenaje del Ashes to ashes de David Bowie, que fundieron con uno de los cortes de su último álbum, 50.000 escrito en memoria del propio Bowie, de Prince y del motörhead Lemmy, que dice “... las estrellas del rock nunca mueren, solo se desvanecen”.
Hacia el tramo final no pudo faltar Roxanne (qué canción tan perfecta, que aquí engarzó con sutil habilidad con el inolvidable Ain’t no sunshine de Bill Whiters) y como regalos, otras maravillas como Next to you, la siempre emotiva Every breath you take y una inesperada Fragile, con él con la acústica y su voz como armas, al igual que al comienzo; ¡ah! y, sobre todo, ver a un Sting en tan sobresaliente estado de forma.
(c) La Vanguardia by Esteban Linés
Sting rescata a Sting - El cantante británico muestra su cara más vigorosa en el Sant Jordi Club...
Sting echaba de menos a Sting, a la primera versión de sí mismo, afín a las urgencias de The Police, y, tras una década grabando discos acústicos y sinfónicos, pasea una obra vigorosa y, sobre todo, pop, ya era hora, '57th & 9th', que presentó anoche en el Sant Jordi Club. Un título que no entraña ningún concepto de altos vuelos: es tan solo el nombre del cruce de calles donde se encuentra el estudio neoyorkino en que lo grabó. Urbanidad, pues, un poco de urgencia y coartada para recuperar los clásicos de los días de juventud.
En visitas anteriores, Sting solía recalar en el Palau Sant Jordi, pero ahora debe conformarse con la sala anexa, eso sí, a rebosar: 4.620 personas, según la organización, en un recital que supuso el estreno de la gira europea. Público buena parte del cual ya estaba ahí cuando Sting salió a interpretar una de sus nuevas canciones, 'Heading South on the great North road', en acústico, antes de dar paso a los teloneros, su hijo, Joe Sumner y el grupo The Last Bandoleros.
Joe se integró luego en el trío de coristas que arropó a su padre desde la primera canción, ni más ni menos que 'Synchronicity II', de The Police, con su riff de guitarra un poco modificado por Dominic Miller. Banda de cuatro piezas, sin teclados dulcificadores, y un guión que siguió mirando hacia atrás con 'Spirits in the material world' y un juguetón 'Englishman in New York' con su estribillo compartido repetidamente por el público: «Be yourself, no matter what they say». Escenario desnudo, sin atrezzo ni vídeo, y un Sting economizado, esencialista, que confirmó el rumbo vigoroso de aquella gira del verano del 2015 que pasó por Cap Roig. Menciones honoríficas para el argentino Miller, que, como hizo notar el jefe, lleva ya casi 30 años ejerciendo de escudero, y que en el Sant Jordi Club asumió buena parte del peso instrumental.
Canciones nuevas, naturalmente, no rivalizaron con las de The Police, pero transmitieron esa sensación de que el artista se ha sacudido de encima algunas capas de polvo: la dinámica 'I can’t stop thinking about you' y, sobre todo, esa arisca 'Petrol head', ambas que sonaron de la mano de rescates de sus discos de entretiempo, como 'She’s too good for me', con acordeón latino, 'Fields of gold' y 'Shape of my heart'. Exaltación en la sala con 'Message in a bottle', reviviendo los viejos tiempos con un Sting reencontrado con el espíritu de la new wave y reclamando un «S. O. S.» en aceptables condiciones vocales.
Luego, un momento extraño: homenaje a David Bowie con un 'Ashes to ashes' que no cantó la estrella sino el siempre dispuesto Joe, un chico que sirve para todo. Primero solo con la guitarra eléctrica, luego apoyado por toda la banda, conduciendo esta enigmática, galáctica, canción por unos márgenes rockeros que habrían hecho fruncir el ceño al Major Tom. Otra cita al nuevo disco, la quinta y última de la noche, '50.000', precedió a una batería de 'greatest hits' que abrió con jamaicano sigilo 'Walking on the moon' y que condujo al incendio en un 'So lonely' de disfrutable aceleración. Regreso al Sting de la temporada 1978-79, o casi.
El desvío por los exóticos caminos de 'Desert rose', éxito de 1999 que en su día grabó con la estrella del rai Cheb Mami, aquí con refuerzo de percusión, condujo a un 'Roxanne' que incorporó pliegues soul con la cita a 'Ain’t no sunshine', de Bill Withers. Punto y final, y un bis que viajó de la trepidante 'Next to you' al 'hit' de 'hits', 'Every breath you take'. Y una propina más que, a diferencia de la gira americana, donde cerraba con 'The empty chair', del último disco, trajo otro clásico, 'Fragile'. Hora y 40 minutos, algo menos de lo habitual que en giras anteriores, con un Sting que fue al grano, condensando su currículo y tratando de fundir su presente con su mejor pasado.
(c) El Periódico by Jordi Bianciotto