Barcelona respondió anoche con emoción a la entrega de The Police. Hasta la media hora de retraso le perdonó el público al célebre trío, que eligió el Estadi Olímpic para su único concierto en España. Fue un show para rejuvenecer almas. Más de 50,000 personas retrocedieron a los años 80 y lo pasaron en grande con el repertorio imbatible de la banda, amparado por un sonido portentoso. Desde los alardes vocales de Sting en las primeras canciones - se abrieron paso con 'Message in a bottle', 'Synchronicity II' y 'Walking on the moon', nada menos - hasta el frenesí final capitaneado por 'Roxanne' y 'Every breath you take', Montjuïc cobijó una velada de las que, con el paso de los años, merecerán un yo estuve allí.
Vestido con una camiseta blanca sin mangas y con un aspecto general vigoroso, Sting es una esfinge poco erosionada por los vientos de todos estos años. Dio lo mejor que tiene. Saludó con un cortés "hola Barcelona" sin más concesiones a la galería y entró en faena. Con su viejo bajo Fender marrón ya desconchado, erguido como un junco, desafiante frente a la muchedumbre, el líder del trío disfrutaba del momento campeón, como si no hubieran transcurrido seis Juegos Olímpicos desde que su grupo portaba la antorcha de los reyes de la cancha.
A su izquierda, Andy Summers, un veterano guerrero de las seis cuerdas, un rockero de una pieza pertrechado tras una Stratocaster roja que, a ratos, intercambió con su Telecaster de toda la vida. Y detrás, como un titán tras el muro de tambores azul púrpura, Stewart Copeland, un chaval con el pelo cano y furia en las baquetas. Copeland gasta un fondo de armario impresionante. Tiene cachivaches que no aporrea en toda la noche, pero se siente seguro entre ellos. La apoteosis, en este sentido, llegó mediado el concierto, con Wrapped around your finger. A su espalda, montado en una plataforma, emergió un juguete nuevo, otra fiesta para la percusión, coronado todo por un inmenso gong. Parecía un emperador del ritmo.
Las Salvas Finales Si Copeland encarnó el tercio más visceral, Summers a punto de cumplir 65 años, dio mucha cuerda al guitar hero que lleva dentro. El reestructurado repertorio de The Police se recreó en sus punteos. Summers galopó por el mástil en numerosas canciones ('Driven to tears', 'Hole in my life', 'When the world is running down...') y conquistó algunas de las grandes ovaciones.
La rendición del público, en suma, fue incondicional. La gente engulló hasta las canciones que circulan como si les faltara una marcha ('Don't stand so close to me', 'Truth hits everybody'...). Antes eran ases imbatibles; hoy salen del mazo sin gran gloria, condicionadas por las circunstancias vocales de Sting. Tampoco fue lo mejor del show, musicalmente hablando, el momento Bono: mientras sonaba 'Invisible sun', en las pantallas aparecían fotos de niños; luego vino 'Walking in your footsteps' y en las mismas pantallas correteaban dinosaurios portadores de malos augurios para el castigado planeta.
Fue una tregua: se olía ya la salva definitiva. 'Can't stand losing you' sonó como un trueno para dar paso a un cielo abierto, a 'Roxanne', el cénit bajo unas canallas luces rojas. Un maravilloso falso final, un adiós de fogueo. Luego vino el póquer de bises: 'King of pain', 'So lonely', 'Every breath you take' (éxtasis ante el otro himno) y 'Next to you'. La primera canción del primer disco, la que dio paso a todo, fue la última del show. La multitud se fue montaña abajo cambiando el tiempo verbal. Estos tipos no eran muy grandes. Son muy grandes.
© El Periodico by Eloy Carrasco